Y no hubo ballottage. Llegar a una segunda vuelta fue el sueño imposible de las campañas de la oposición, signadas por una enorme disparidad de recursos políticos y económicos respecto de las oficialistas, y debilitadas a su vez por la fragmentación, la incoherencia y el desinterés de los votantes. Las campañas convencionales pasaron inadvertidas como un barco en una noche de niebla.
¿Campañas? Hablando en plata hubo sólo una, la del Gobierno, que comenzó cuatro años atrás, cuando el presidente Néstor Kirchner, que había ganado con apenas el 22% de los sufragios, no abandonó, sino que incrementó su campaña con el mismo eslogan, "Un país en serio", y la mira puesta en la inmediata consulta parcial de 2005.
En 2004, la Presidencia de la Nación ya figuraba, según los cómputos de Mediamap, entre los diez mayores anunciantes del país, con el 1% de la inversión general, porcentual similar al de Telecom y Quilmes.
En 2006, según otra fuente, Poder Ciudadano, los gastos de publicidad del Gobierno, con la excusa de anunciar obras públicas, ya superaban los 200 millones; fueron en franco crecimiento hasta empalmar, este año, con la campaña de la candidata Cristina Fernández de Kirchner.
Cuando hay un favorito, el mayor esfuerzo de las campañas electorales lo tienen que hacer los "challengers". Pero esta vez no pudo ser así. La poderosa maquinaria proselitista del Gobierno y, admitámoslo también, la falta de ideas de los demás postulantes abonaron el desinterés y la resignación de los votantes.
El toque humano
No hubo eslóganes movilizadores. El más sobresaliente fue la frase que circuló, de boca en boca, espontáneamente, hasta horas antes de los comicios realizados anteayer: "No sé a quién votar".
Curiosamente, no faltaron a la cita los asesores profesionales. Hasta Cristina Kirchner, que parecía no necesitar ayuda alguna, advirtió que su imagen precisaba un "toque humano" y llamó a uno de los mejores especialistas para la tarea: Leandro Raposo, formado en la "escuela" creativa de la agencia Agulla & Baccetti.
Después de su ingreso, el Frente para la Victoria produjo cinco comerciales y corrigió sobre la marcha el eslogan, que del ambiguo e inquietante "El cambio recién empieza" pasó a ser el más participativo "Cristina, Cobos y vos".
Daniel Scioli, otro favorito en las encuestas de su distrito, se dijo que había convocado a James Carville, norteamericano, que en 1999 integró el elenco de Eduardo Duhalde.
Pese a estas garantías profesionales, en conjunto las campañas no superaron la mediocridad. La mayoría del electorado se interesó más en los triunfos de la selección de fútbol, la hazaña de los Pumas en Francia y el éxito de David Nalbandian ante Federer.
Pero si se las observa desde una perspectiva más amplia, centrándolas en la comunicación y no simplemente en la publicidad convencional, no parecen tan aburridas.
Es cierto, la televisión asomó sólo en la recta final, y no hubo debates en la televisión abierta, pero sucede que el medio audiovisual retrocede, tanto en las campañas políticas como en las comerciales, ante el empuje de los medios alternativos, que, fogoneados por la Web, brindan ahora un número ilimitado de opciones aparentemente más económicas, más incisivas y más difíciles de controlar, algo que conviene a los candidatos, que suelen declarar sólo los gastos en los grandes medios.
De nuevo la propaganda
Las campañas, que al principio eran más propagandísticas que publicitarias, están volviendo a las fuentes. Se desplazan de los avisos a los programas televisivos y a las páginas editoriales de los medios, sobre todo las que acabamos de ver, fuertemente influenciadas por sucesos de la realidad cotidiana que, a pesar de no haber modificado mucho las posiciones en las encuestas, sí obligaron a cambiar varias veces el eje estratégico de las campañas.
La mentira
Así, variaron de las alternativas de la crisis energética a las subas de precios de productos de primera necesidad, el escándalo del Indec, los hechos de corrupción, el conflicto con Uruguay por las pasteras y, finalmente, el tema de siempre, la inseguridad.
Con este abordaje, las campañas suscitaron la comparación con una telenovela, no sólo por la presencia en las listas de estrellas del espectáculo, sino también por el contagio de algunos ingredientes clásicos del género: la ambición, el dinero, la soberbia, la deslealtad, el agravio y la mentira.
Sobre todo la mentira.
Por Alberto Borrini, para LA NACION.
¿Campañas? Hablando en plata hubo sólo una, la del Gobierno, que comenzó cuatro años atrás, cuando el presidente Néstor Kirchner, que había ganado con apenas el 22% de los sufragios, no abandonó, sino que incrementó su campaña con el mismo eslogan, "Un país en serio", y la mira puesta en la inmediata consulta parcial de 2005.
En 2004, la Presidencia de la Nación ya figuraba, según los cómputos de Mediamap, entre los diez mayores anunciantes del país, con el 1% de la inversión general, porcentual similar al de Telecom y Quilmes.
En 2006, según otra fuente, Poder Ciudadano, los gastos de publicidad del Gobierno, con la excusa de anunciar obras públicas, ya superaban los 200 millones; fueron en franco crecimiento hasta empalmar, este año, con la campaña de la candidata Cristina Fernández de Kirchner.
Cuando hay un favorito, el mayor esfuerzo de las campañas electorales lo tienen que hacer los "challengers". Pero esta vez no pudo ser así. La poderosa maquinaria proselitista del Gobierno y, admitámoslo también, la falta de ideas de los demás postulantes abonaron el desinterés y la resignación de los votantes.
El toque humano
No hubo eslóganes movilizadores. El más sobresaliente fue la frase que circuló, de boca en boca, espontáneamente, hasta horas antes de los comicios realizados anteayer: "No sé a quién votar".
Curiosamente, no faltaron a la cita los asesores profesionales. Hasta Cristina Kirchner, que parecía no necesitar ayuda alguna, advirtió que su imagen precisaba un "toque humano" y llamó a uno de los mejores especialistas para la tarea: Leandro Raposo, formado en la "escuela" creativa de la agencia Agulla & Baccetti.
Después de su ingreso, el Frente para la Victoria produjo cinco comerciales y corrigió sobre la marcha el eslogan, que del ambiguo e inquietante "El cambio recién empieza" pasó a ser el más participativo "Cristina, Cobos y vos".
Daniel Scioli, otro favorito en las encuestas de su distrito, se dijo que había convocado a James Carville, norteamericano, que en 1999 integró el elenco de Eduardo Duhalde.
Pese a estas garantías profesionales, en conjunto las campañas no superaron la mediocridad. La mayoría del electorado se interesó más en los triunfos de la selección de fútbol, la hazaña de los Pumas en Francia y el éxito de David Nalbandian ante Federer.
Pero si se las observa desde una perspectiva más amplia, centrándolas en la comunicación y no simplemente en la publicidad convencional, no parecen tan aburridas.
Es cierto, la televisión asomó sólo en la recta final, y no hubo debates en la televisión abierta, pero sucede que el medio audiovisual retrocede, tanto en las campañas políticas como en las comerciales, ante el empuje de los medios alternativos, que, fogoneados por la Web, brindan ahora un número ilimitado de opciones aparentemente más económicas, más incisivas y más difíciles de controlar, algo que conviene a los candidatos, que suelen declarar sólo los gastos en los grandes medios.
De nuevo la propaganda
Las campañas, que al principio eran más propagandísticas que publicitarias, están volviendo a las fuentes. Se desplazan de los avisos a los programas televisivos y a las páginas editoriales de los medios, sobre todo las que acabamos de ver, fuertemente influenciadas por sucesos de la realidad cotidiana que, a pesar de no haber modificado mucho las posiciones en las encuestas, sí obligaron a cambiar varias veces el eje estratégico de las campañas.
La mentira
Así, variaron de las alternativas de la crisis energética a las subas de precios de productos de primera necesidad, el escándalo del Indec, los hechos de corrupción, el conflicto con Uruguay por las pasteras y, finalmente, el tema de siempre, la inseguridad.
Con este abordaje, las campañas suscitaron la comparación con una telenovela, no sólo por la presencia en las listas de estrellas del espectáculo, sino también por el contagio de algunos ingredientes clásicos del género: la ambición, el dinero, la soberbia, la deslealtad, el agravio y la mentira.
Sobre todo la mentira.
Por Alberto Borrini, para LA NACION.
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